domingo, 7 de marzo de 2010

Diario de un asistente de estilismo y producción – Día 3


La preocupación desatada por la posibilidad de recibir un regaño en persona por la mañana no me dejó dormir. Levantarme de la cama me costó más trabajo que nunca debido a los cortos períodos de tiempo en que logré conciliar el sueño.

A las siete de la mañana en punto salí de mi habitación y me dirigí al restaurante para desayunar. Fui el primero en llegar y decidí ocupar la misma mesa que el día anterior. Me dirigí a pedir un refrescante jugo de naranja con fresas y frambuesas, pero mi estómago insistía en recordarme que de un momento a otro llegarían las estilistas inconformes. Al llegar, probablemente porque los efectos del jet-lag comenzaban a disminuir, se veían muy contentas y relajadas.

Uno a uno, fueron ocupando sus lugares los demás miembros del equipo y con algo de prisa ingerimos nuestros alimentos. A lo lejos vi como el modelo de la sesión, quien había llegado la noche anterior y a quien aún no me presentaban, se servía el desayuno y se preparaba para el día de trabajo que le esperaba. Su nombre: Danny Beauchamp.

Terminados los alimentos, nos dirigimos por nuestras cosas a las habitaciones y me comisionaron para bajar la ropa que se utilizaría en la sesión y para subirla, con todo y burro, a la camioneta que nos esperaba a la puerta del hotel. Después de cepillarme los dientes, solicité a recepción que enviaran a un bell-boy a la habitación en donde se encontraba la ropa y entre los dos bajamos el burro y la maleta.

Con todo lo necesario cargado en la camioneta iniciamos el recorrido que nos llevaría a Xcaret, mientras el chofer confirmaba lo que el cielo anunciaba contundentemente: se pronosticaban lluvias a lo largo del día.

Los casi 60 minutos que duró el viaje los utilice para platicar con Danny acerca de esta su primera visita a México, de su trabajo como modelo y de su poco dominio del idioma español. Al llegar a nuestro destino nos esperaba la PR del parque para darnos nuestros pases e indicarnos el sitio que nos serviría como centro de operaciones.

Después de recibir algunas indicaciones poco amables acerca del espacio que se nos había asignado para trabajar, el maquillista comenzó inició su trabajo con el pelo y el maquillaje del modelo. El equipo de fotografía inició el armado de todos los implementos que requerirían para la sesión y mi equipo, el de estilismo, nos dimos a la tarea de acomodar y preparar todos los cambios de ropa que servirían a lo largo del día.

En algún momento, antes de dirigirnos al lugar elegido para la primera foto, el personal del parque nos informó que nadie permanecería permanentemente en el sitio en que nos habían permitido instalarnos, por lo que no se hacían responsables de ninguna de nuestras pertenencias. Acto seguido, recibí la “maravillosa” noticia de que sería mi responsabilidad permanecer ahí vigilando el equipo y la ropa.

Afortunadamente, creo que la expresión de decepción que se apoderó de mi rostro a pesar de todos mis esfuerzos por ocultarla, hizo que las estilistas se compadecieran de mi y acordaran que podía acompañar al equipo durante las tomas, siempre y cuando diera algunas vueltas de vez en cuando para vigilar que todo estuviera en orden.

Bajo un cielo cada vez más nublado nos dirigimos a la primera locación. Se realizaron las primeras tomas y se decidió que hacían falta algunas piezas de atrezzo: un vaso de refresco y un bote de palomitas de maíz. Desde luego, la persona responsable de recorrer todo el parque en busca de tales objetos es el asistente, por lo que diez minutos después regresaba corriendo con las cosas que me habían encargado.

A ese punto, una inoportuna lluvia caía y después de realizar nuestros mejores esfuerzos para proteger al modelo, pudo finalmente obtenerse la fotografía que se buscaba. Una vez de regreso a nuestra base operativa, vestimos al modelo con el siguiente look y mientras esperábamos que el clima nos diera una tregua me pidieron ir por algunas bebidas y snacks para el equipo.

Según la Ley de Murphy, cualquier cosa que pueda ir mal… irá mal. Mientras esperábamos por un poco de sol, recibí una llamada al celular de la coordinadora de la producción. Desde España, nos informó que el modelo que debía llegar a Cancún esa noche para la sesión del día siguiente, había perdido el vuelo debido a algunos problemas con su visado y, por lo tanto, se integraría al equipo hasta el jueves por la noche. Esta situación supuso reorganizar el programa de trabajo para los días posteriores.

Unos minutos de histeria y algunos improperios más tarde, el sol apareció en el cielo y se aprovechó para disparar las dos fotografías siguientes. Por desgracia, mi trabajo en esos momentos consistió en sentarme junto a la ropa para cuidar que nada fuera a perderse. Hora y media más tarde, se acordó que era hora de almorzar y después de que todo el equipo ingiriera sus alimentos, fui relevado de mi puesto y me dirigí al restaurante mexicano.

Para lograr las siguientes tres tomas se requirió de mucha paciencia y tolerancia con la ejecutiva de relaciones públicas de Xcaret, pues parecía empeñada en ponernos tantos obstáculos como fuera posible. Por suerte, el sol, las guacamayas del parque y el mar se pusieron de nuestro lado y logramos concluir seis tomas antes del crepúsculo.

Mientras guardábamos todo el equipo para regresar al hotel se acordó con el personal del parque que al día siguiente regresaríamos por la mañana para realizar una fotografía con los miembros del ballet pre-hispánico que se presenta en el parque. Este acuerdo se logró tras intensas negociaciones y gracias al ofrecimiento de un pago adicional que ayudó a superar las objeciones iniciales.

Después de ordenar, guardar, trasladar y subir a la camioneta toda la ropa, nos dirigimos de regreso a Cancún. En el camino, una de las estilistas me preguntó acerca de un pareo de Hermés por cuyo propietario había yo preguntado minutos atrás. Le respondí que cuando me dijo que era de ella lo coloqué junto a sus cosas y que ya no supe que había ocurrido con él. La mirada que me dirigió mientras esculcaba su bolso fue suficiente para no olvidar la lección del día: El asistente es responsable no solo de la ropa que se utilice en una producción, sino de cuidar todas las pertenencias de las personas a quienes asiste. Por suerte, el pareo se encontraba en el fondo del bolso.

El día concluyó con una deliciosa cena en el restaurante Harry’s de la zona hotelera de Cancún. Ahí disfrutamos de unos tragos a la orilla de la laguna Nichupté y nos deleitamos con cortes de carne y pescado. Las conversaciones, las risas y la comida compensaron todas las frustraciones, enojos y cansancio que pude sentir a lo largo del día.

1 comentario:

  1. Bueno, al menos parece que todo empezó a mejorar! tkm

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