martes, 5 de enero de 2010

El Máster de mi vida

La vida está llena de decisiones. Algunas son sencillas y otras un poco menos. Otras más se toman de manera rutinaria y, las más difíciles, nos llevan días, semanas, meses o, incluso, años.

Tres años atrás, mientras leía la edición española de la revista GQ, me enteré de la existencia de un Máster en Comunicación para Empresas de Moda y Belleza. Si el nombre por si mismo me pareció interesante, al investigar acerca de su contenido temático y de las empresas involucradas en su organización, decidí que yo tenía que estar entre los egresados del programa.

Los motivos que me llevaron a tomar esa decisión, podrían ser cuestionados del primero al último, sin embargo, considero que fueron lo suficientemente válidos para mi. La razón más poderosa y, probablemente, la menos sólida, era que el Máster me daría la llave de acceso a ese mundo de lujo y glamur que vemos en películas como "The devil wears Prada" o series como "The Rachel Zoe Project". En segundo lugar, cursar estudios en el extranjero me permitiría idealmente dar un giro a mi carrera profesional que en ese momento sentía estancada en el sector educativo. Una tercera motivación fue alejarme de Mérida por un año, vivir en Europa y expandir los horizontes de mi vida hacia otros niveles, lugares y personas.

Supongo que en el proceso de evalución de pros y contras pasé por alto muchos detalles, pues de lo contrario creo que la decisión más sensata hubiera sido no solicitar mi admisión. Sin embargo, ignorando la situación económica mundial y mi situación financiera personal, inicié los trámites para ser admitido en el programa. El proceso tomó un año, a lo largo del cual vendí mi auto, solicité créditos educativos y renuncié al trabajo que hacía tres meses había conseguido. El objetivo era desarrollarme profesionalmente en un área que me apasiona y, con un poco de suerte y mucho trabajo, convertirme en una versión mexicana de Scott Schumann, André Leon Talley o Tim Blanks, sin sus respectivas excentricidades.

El día que leí ese anuncio publicitario, lejos estaba de imaginar que pasado el tiempo estaría sentado escribiendo esta entrada de mi Blog. He concluido el Máster y después de vivir un año en Madrid, me encuentro de nuevo en Mérida, viviendo con mi hermana y mi cuñado, quienes amablemente se han hecho cargo de alojarme, alimentarme y mantenerme, como si de su propio hijo se tratara, dado que sigo desempleado.

Me atrevo a pensar que todas las personas que deciden invertir su tiempo y dinero en estudiar una Maestría lo hacen impulsadas por motivos similares a los mios. Soñamos que al terminar nuestros estudios, las empresas de nuestros sueños estarán peleando por contratarnos ofreciéndonos atractivos sueldos y condiciones de trabajo envidiables. En el peor de los casos, nos vemos realizando un trabajo que nos encanta y en el cual disfrutamos cada jornada, aunque los ingresos no sean ahora los mejores.

En la vida real, eso ocurre muy pocas veces. Por el contrario, los empleadores potenciales ven en uno a una persona con demasiada preparación, que seguramente llegarán con un extenso listado de exigencias y, aún peor, que competirán agresivamente por los puestos que ellos no están dispuestos a abandonar. Si a eso añadimos que en México el nepotismo y el actual incremento a los impuestos y el alza generalizada de precios pintan un panorama obscuro en el campo laboral durante, por lo menos, seis meses, la decisón más sensata de mi parte debió ser no invertir mi patrimonio en una Maestría en el extranjero.

Afortunadamente, el saldo no fue del todo negativo. Mis maletas regresaron de España cargada de poca ropa pero de muchas experiencias. Amigos queridísimos y un artículo publicado en el número del 15 Aniversario de GQ España. Visitas a ciudades y países de ensueño, noches de fiesta y películas, conciertos, funciones de teatro, desfiles de modas, caminatas bajo el frio y la lluvia, desayunos, comidas y cenas. Personas que me enseñaron con sus actitudes el tipo de ser en que no quiero convertirme nunca, recetas de comidas y bebidas que me recordarán grandes momentos vividos, listas de canciones inolvidables y miles de fotografías que devolverán a mi memoria uno de las más grandes enseñanzas del 2009: Las lecciones más importantes de la vida no se aprenden en una Universidad.