viernes, 29 de abril de 2011

Mal de amores


A algunas personas les gusta soñar con amores capaces de superar todas las adversidades imaginables. Ángeles Mastretta es una de ellas y en el libro Mal de amores relata la historia de una relación que fue capaz de sobrevivir a una revolución, a la distancia, al tiempo y a las convenciones de la sociedad de principios del siglo XX.

La manera en que la autora recrea el entorno de Emilia Sauri y Daniel Cuenca, los protagonistas de la historia, es poco más que exquisita. La documentación histórica que retrata la efervescencia de una época es una de las grandes cualidades de esta novela. El ingenio y las peripecias amorosas de sus personajes dibujan sonrisas y arrancan risas de los lectores, los transporta a un tiempo en el que la muerte era tan escurridiza como la vida y los hace soñar con un amor que ni una guerra pudo destruir.

Aquí, algunos de mis pasajes favoritos del libro:

"Niña, dijo Milagros con la solemnidad de una sacerdotisa, yo te deseo la locura, el valor, los anhelos, la impaciencia. Te deseo la fortuna de los amores y el delirio de la soledad. Te deseo el gusto por los cometas, por el agua y los hombres. Te deseo la inteligencia y el ingenio. Te deseo una mirada curiosa, una nariz con memoria, una boca que sonría y maldiga con precisión divina, unas piernas que no envejezcan, un llanto que te devuelva la entereza. Te deseo el sentido del tiempo que tienen las estrellas, el temple de las hormigas, la duda de los templos. Te deseo la fe en los augurios, en la voz de los muertos, en la boca de los aventureros, en la paz de los hombres que olvidan su destino, en la fuerza de tus recuerdos y en el futuro como una promesa donde cabe todo lo que aún no te sucede. Amén."

"La paz es para los viejos y los aburridos, dijo Milagros. Ella quiere la dicha, que es más difícil y más breve, pero mejor."

"-¿Para qué quieres la paz si tienes la dicha?
-Eso pienso ahora, pero no siempre es ahora."

"... No lo besó para no despertarlo, para llevarse el conjuro de quien no se despide para no irse del todo..."

martes, 26 de abril de 2011

Mi argumento de conquista


¿Cómo lograr llamar la atención de la persona que te gusta sin parecer un acosador o, peor aún, un estúpido? ¿Cómo iniciar una amistad de manera espontánea sin que se te note la desesperación que sientes por conocerla?

Los amigos en común son siempre una gran ayuda. Una salida o una reunión organizada para hacernos coincidir pueden ser una muy buena opción para romper el hielo y sostener conversaciones que comienzan a revelarnos el interior de el objeto de nuestros afectos.

Los pasos siguientes incluyen el intercambio de números de celular, darse de alta en facebook y agregarse como contactos del Messenger. Y luego vienen las complicaciones. Mandar o no un SMS para saludar, comentar una publicación en el muro o iniciar una plática por el MSN. ¿Qué pensará si hago click en “Me gusta” sobre alguna de sus fotos? ¿Lo tomará cómo una manera de acoso, falta de huevos para decir algo más o cómo una manera demasiado infantil de actuar para alguien de casi 30 años? Aún peor es que cualquier curso de acción que hayamos tomado sea ignorado dejándonos en una incertidumbre más espesa que la inicial.

Sugerir una segunda salida es una labor titánica. Lograr que surja de manera casual y espontánea requiere del talento propio de un espía de la Guerra Fría. Cine, café, chelas, teatro, parque… ¿cuál es el mejor escenario para el segundo acto de este intento de amistad y con mucha suerte futuro romance?

Ojalá a lo largo de nuestros años de tormento escolar alguien tuviera la acertada idea de incluir una asignatura que nos preparara para enfrentar con dignidad y aplomo todas estas situaciones. Finalmente, la escuela debería prepararnos para la vida y esta es una cuestion que influye directamente en la preservación de nuestra especie. Para algunos, el dominio de las técnicas de flirteo y conquista viene incluído en su carga genética, pero otras personas, como yo, tenemos que valernos de nuestro empeño y perseverancia para lograr desarrollar un talento que no nos es nato.

En mi mundo ideal, aquel en el que no me importa lo que los demás piensen de mi y el valor me sobra, me acercaría a esa persona que me hace temblar como gelatina y le diría:

“Por lo poco que te conozco, me gustas. Me encantaría que salieramos a tomarnos algo, platicar y pasar tiempo juntos. Si los acontecimientos se desarrollan de la misma manera que lo han hecho en mi imaginación, terminaremos dándonos cuenta de que estamos hechos el uno para el otro. Si resulta que el romance no se da, probablemente descubramos que tenemos más cosas en común de las que podríamos pensar e iniciarimos una amistad que, con suerte, podría durar mucho tiempo. En cualquier caso, creo que los dos podríamos salir beneficiados”.

jueves, 21 de abril de 2011

Lo que aprendí de COCK


¿Porqué chingados todo mundo está preocupado de con que me acuesto –hombre o mujer- en lugar de con quién? Esa es la pregunta que Juan (Diego Luna), uno de los protagonistas de la obra de teatro COCK, intenta responderse y me aventuro a pensar que la respuesta es mucho más compleja de lo que muchos creeríamos.

Quienes nacimos de los años setenta en adelante ya estamos muy acostumbrados a utilizar en nuestro léxico diario las palabras gay, bisexual, transexual, heterosexual y todas las derivaciones posibles. Seguramente todos tenemos a algún amigo, familiar o conocido a cuyo nombre podemos ligar una o varias de estas palabras. Ya son muy pocos los que se sorprenden cuando Ricky Martin sale del clóset o cuando nuestro vecino, parado en la puerta de su casa, le acomoda un soberano beso a su novio que lo va a visitar todas las noches.

Eso ya no es causa de escándalo. Ahora necesitamos mucho más. Necesitamos algo como el hecho de que un hombre que se ha declarado abiertamente gay y que lleva varios años junto a su pareja, decida de un día para otro que prefiere compartir su vida con una mujer. Eso sí que podría levantar polémica y eso es precisamente lo que le ocurre a Juan.

Después de siete años de vida compartida con su pareja, interpretada por José María Yaspik, Juan descubre que son personas “fundamentalmente diferentes”. Sus trabajos, sus actitudes ante la vida, sus temperamentos y sus personalidades resultan ya no ser compatibles y finalmente un día se atreve a expresarlo con palabras. Durante un paréntesis de la relación Juan conoce a una chica, Ilse Salas, mientras esperan el metro. Una atracción desconocida y fascinante se apodera de Juan quien, tras largas conversaciones y coqueteos, decide iniciarse en los placeres del sexo heterosexual con esta mujer de mente tan abierta.

Este triángulo amoroso genera una serie de divertidos enredos entre los involucrados. Las conversaciones que sostienen, de una conmovedora honestidad, muestra a tres personas en busca de respuestas y, sobre todo, en busca del amor. Cada uno a su manera, intenta encontrarle sentido a todo lo que está ocurriendo. El Juan "gay" sabe que su relación no es perfecta, tiene grietas que se han convertido en abismos, pero en el fondo de ellos aún yace el amor. El Juan "buga" ha encontrado a una mujer que lo trata con dulzura y que lo hace sentir valioso. Sin embargo, la indecisión no puede prolongarse por más tiempo y debe elegir a uno de los dos.

No cuestionaré si es posible amar a dos personas al mismo tiempo, sobre todo, si esas dos personas son de diferente sexo. No cuestionaré si es válido sostener un romance con dos personas al mismo tiempo, quienes además están enteradas de la situación y la toleran. El amor puede llegar a ser bastante retorcido. Lo que si cuestionaré es el poder que las etiquetas “gay”, “hetero”, “bi”, etc., tienen sobre las personas. Y es que es válido tener dudas, cuestionarse en algún momento de la vida acerca de la propia preferencia sexual e intentar resolverla de la manera más honesta y responsable posible. El punto es ¿qué hacer si cuando creías tener las cosas muy claras y asumidas, y te das cuenta de que puedes estar equivocado? Cada quien puede dar su propia respuesta, pero creo que todo sería mucho más fácil si todas estas dudas pudieran hablarse y discutirse sin temor al juicio y al rechazo.

En la obra, Juan debe confrontarse a sí mismo, sabiendo que sea cual sea su elección terminará lastimando a una persona que lo ama. Elegir a él o a ella –en la obra no sabemos sus nombres y me atrevo a pensar que es para que el público intente ver más allá del sexo físico de los personajes- y romper un corazón es una decisión a la que se enfrenta por no haber hecho el esfuerzo de conocerse mejor en el momento oportuno.

La producción es impecable. La iluminación y el sonido activan la imaginación de una audiencia que sobre un escenario casi vacío es capaz de visualizar un vagón de metro, un parque, una calle o diferentes casas. La manera en que los actores se adueñan de sus personajes es magistral. Pero mejor aún es la reflexión a la que conducn dos horas de ameno entretenimiento. ¿Hay escenas de besos y sexo entre los actores masculinos protagonistas? Sólo diré que el director se esforzó por dotar de realismo la puesta en escena.

A mí, la obra me ha dejado algunas ideas que seguramente tendré que digerir poco a poco. Las que me quedan claras son el gran valor de la honestidad, la suerte de encontrar a una persona que nos ame, la importancia del compromiso y el gran daño que podemos causar al poner etiquetas a quienes nos rodean. Finalmente, antes de ser hombres o mujeres somos seres humanos. La visita al camerino, el poder felicitar a los actores y el tomarme fotos con ellos fueron pequeños beneficios adicionales.