martes, 26 de abril de 2011

Mi argumento de conquista


¿Cómo lograr llamar la atención de la persona que te gusta sin parecer un acosador o, peor aún, un estúpido? ¿Cómo iniciar una amistad de manera espontánea sin que se te note la desesperación que sientes por conocerla?

Los amigos en común son siempre una gran ayuda. Una salida o una reunión organizada para hacernos coincidir pueden ser una muy buena opción para romper el hielo y sostener conversaciones que comienzan a revelarnos el interior de el objeto de nuestros afectos.

Los pasos siguientes incluyen el intercambio de números de celular, darse de alta en facebook y agregarse como contactos del Messenger. Y luego vienen las complicaciones. Mandar o no un SMS para saludar, comentar una publicación en el muro o iniciar una plática por el MSN. ¿Qué pensará si hago click en “Me gusta” sobre alguna de sus fotos? ¿Lo tomará cómo una manera de acoso, falta de huevos para decir algo más o cómo una manera demasiado infantil de actuar para alguien de casi 30 años? Aún peor es que cualquier curso de acción que hayamos tomado sea ignorado dejándonos en una incertidumbre más espesa que la inicial.

Sugerir una segunda salida es una labor titánica. Lograr que surja de manera casual y espontánea requiere del talento propio de un espía de la Guerra Fría. Cine, café, chelas, teatro, parque… ¿cuál es el mejor escenario para el segundo acto de este intento de amistad y con mucha suerte futuro romance?

Ojalá a lo largo de nuestros años de tormento escolar alguien tuviera la acertada idea de incluir una asignatura que nos preparara para enfrentar con dignidad y aplomo todas estas situaciones. Finalmente, la escuela debería prepararnos para la vida y esta es una cuestion que influye directamente en la preservación de nuestra especie. Para algunos, el dominio de las técnicas de flirteo y conquista viene incluído en su carga genética, pero otras personas, como yo, tenemos que valernos de nuestro empeño y perseverancia para lograr desarrollar un talento que no nos es nato.

En mi mundo ideal, aquel en el que no me importa lo que los demás piensen de mi y el valor me sobra, me acercaría a esa persona que me hace temblar como gelatina y le diría:

“Por lo poco que te conozco, me gustas. Me encantaría que salieramos a tomarnos algo, platicar y pasar tiempo juntos. Si los acontecimientos se desarrollan de la misma manera que lo han hecho en mi imaginación, terminaremos dándonos cuenta de que estamos hechos el uno para el otro. Si resulta que el romance no se da, probablemente descubramos que tenemos más cosas en común de las que podríamos pensar e iniciarimos una amistad que, con suerte, podría durar mucho tiempo. En cualquier caso, creo que los dos podríamos salir beneficiados”.

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