jueves, 10 de marzo de 2011

Ciudad nueva, vida nueva...


Hoy, 10 de marzo, se cumplen dos meses desde que me mudé a la Ciudad de México y más de cuatro desde que

escribí mi última entrada del blog. Con una maleta llena de ropa, siete pares de zapatos y mi lap-top por compañía me subí al avión que me transportó a mi nueva vida. Pero, ¿por qué tomé la decisión de dejar mi ciudad, a mi familia y a mis amigos para venirme a vivir a una Ciudad con tan mala reputación como el D.F.? Simple, por una mejor propuesta de trabajo.

Con una surte inmensa, encontré, al día siguiente de mi llegada, una habitación en un departamento a cinco esquinas de mi trabajo. De inmediato, cerré el trato aunque faltaban 18 días para poder tomar posesión de mi

nuevo hogar. En el depa, viven otras cuatro personas y tiene una vista increíble de Polanco por las noches.

Gracias a una amiga, que se ofreció amablemente a hospedarme mientras se desocupaba mi habitación, tuve un lugar para dormir, comer y bañarme todos los días. Aún mejor fue el hecho de que en ese tiempo fui conociendo a varios de sus amigos con los cuales conocí restaurantes, bares y cafés muy interesantes.

Moverme en transporte público ha sido un verdadero aprendizaje. La mecánica de las filas para el autobús –si se desea ir parado se puede abordar cuando los asientos se han ocupado-, el funcionamiento del metro, las rutas del Metrobus, la originalidad de las EcoBicis y la conveniencia de Google Maps.

En el trabajo todos los días aprendo algo nuevo. Como Coordinador Editorial de Vogue México y Latinoamérica debo redactar artículos, hacer entrevistas, coordinar algunas sesiones de fotos y, sobre todo, investigar mucho. Mis compañeros han sido encantadores hasta el momento aunque debo confesar que los he ido conquistando gracias a las hojaldras y las bolitas de que importadas de Mérida.

Y probablemente, alguien se estará preguntando si extraño las cosas a las que tuve que renunciar por aprovechar una de las mejores ofertas laborales que he recibido. La respuesta es SÍ. Echo muchísimo de menos llegar a casa de mi hermana y mi cuñado para comer o cenar juntos, salir los fines de semana con mis amigos, las invitaciones a comer de mi tía, las ingeniosas ocurrencias de mi sobrino y la vida que tuve que dejar atrás. Sin embargo, en estos dos meses he recibido la visita de familiares y amigos que han hecho divertidos mis días de descanso, he conocido gente interesante y, ante todo, he tenido la oportunidad de crecer como persona, de conocerme mejor y de valorar las muchas bendiciones con las que me colma la vida.