martes, 31 de mayo de 2011

Deseo concedido

Todos los días al acostarse, Raúl pedía a Dios, a las estrellas y a las fuerzas de la naturaleza que le concedieran el deseo de convertirse en aquel hombre que se había adueñado del corazón de Fernanda. Cada vez que los veía caminando de la mano, darse un beso o reir de algún comentario dicho en secreto sentía su sangre hervir y deseaba desesperadamente ocupar el lugar de Francisco.

Esa noche no fue diferente de las anteriores y tras meterse a la cama, cerró los ojos y repitió el ritual que por varios años llevaba practicando; se imaginó de frente a Fernanda a punto de darle un beso y dijo: Un día, unas horas, no pido más. Necesito experimentar el amor de esa mujer. Apenas pudo terminar de decir estas palabras antes de caer vencido por el sueño.

El despertador sonó a las 6 de la mañana. Con pasos torpes se dirigió al baño y se metió bajo el chorro de agua caliente de la regadera. Se colocó frente al espejo empañado y al limpiarlo no se reconoció. Pasaron algunos segundos antes de que la imagen captada por sus ojos fuera procesada por su cerebro y de pronto, como si una descarga eléctrica lo hubiera atravesado, se dió cuenta de que sus súplicas habían sido atendidas.

Su primer instinto fue tocarse la cara para familiarizarse con sus nuevas facciones, observarse las manos y, por último, dirigió la mirada a la entrepierna dando un suspiro de alivio al darse cuenta de que incluso había salido beneficiado con algunos centímetros extras de hombría.

Aún incrédulo, Raúl se enfundó en su mejor traje –por suerte Francisco y él eran de la misma talla aunque debía reconocer que a su nuevo cuerpo le quedaba mejor-. Salió a la carrera de su departamento, olvidándose incluso de tomar el café que la maquina le preparaba automáticamente cada mañana. En su camino a la oficina se detuvo a comprar un voluminoso ramo de rosas rojas, una caja de los chocolate favoritos de Fernanda y un ejemplar de su revista predilecta. Había muy pocas cosas que no sabía de ella.

Raúl llegó temprano a la oficina y decidió darle una sorpresa para Fernanda. Escabulléndose en su despacho, acomodó los regalos sobre su escritorio y se sentó a esperar que llegara. Minutos más tarde, identificó esos pasos que le aceleraban el pulso y dibujó en su rostro su sonrisa más seductora para darle la bienvenida. Al entrar, ella correspondió con la mirada que él tanto había añorado y cerró la puerta tras ella.

- ¿Celebramos algo en especial?- dijo mientras la sonrisa se le borraba del rostro.

- Un día más juntos- respondió Raúl, ahora en el cuerpo de Francisco.

- Cariño- se acercó Fernanda hasta poder recorrer con su mano la mejilla de su novio- no hace falta llevar esta farsa a tales extremos.

- ¿A tales extremos? ¿De qué me hablas? – dijo desconcertado

- Sin duda, de todos los hombres que conozco, eres el que mejor puede fingir, pero ya estoy cansada- dijo Fernanda con un suspiro.

- Pero… pero si somos la pareja perfecta- titubeó Raúl

- Eso es lo que piensan los demás pero ambos sabemos que no es así. Acepté tu propuesto por el cariño que te tengo pero hoy se acaba esto. Si necesitas una pantalla para cubrir tus amoríos con Armando búscate a otra. Yo necesito un hombre de verdad, un hombre como Raúl.

El torbellino de pensamientos que se apoderó de la mente de Raúl no le permitió saber lo que pasó a continuación. Cuando la conciencia regresó a él, se encontraba nuevamente en su cama, con los ojos cerrados y se escuchaba diciendo una y otra vez: “Nunca más desearé ser otra persona… Por favor, por favor, que todo vuelva a ser como era ayer”.

martes, 24 de mayo de 2011

Mine Vaganti


El fin de semana estuve por primera vez en la Cineteca Nacional para ver una película del director turco-italiano Ferzan Ozpetek. Mine Vaganti (Una familia muy normal es el título en español), cuenta la historia de la familia Cantone y muestra una serie de sucesos desencadenados por la revelación hecha por uno de los hijos durante una cena familiar.

La película es por demás divertida, amena, irónica y, al mismo tiempo, profunda y tierna. Todos los personajes tienen una historia personal que les aporta una autenticidad con la que resulta muy difícil no sentirse identificado.

A mi manera de ver las cosas, el planteamiento principal de la película es la búsqueda de la felicidad, la aceptación de lo que uno es y la lucha por alcanzar aquello que en ocasiones creemos que sólo es posible en nuestros sueños.

He aquí la transcripción de mi diálogo favorito de la película, las palabras con que una abuela se despide de su familia.

Quién sabe si estos lugares se acordarán de mí… si las estatuas, las fachadas de las iglesias recordarán mi nombre. Quiero caminar una última vez por estas calles que me acogieron hace tantos años, cuando todos me llamaban La Toscana. Quiero ver las piedras amarillas con esa luz que te roba la respiración. No sé si las calles conservarán el ruido de mis pasos. Mi ciudad, la ciudad de Lecce, tengo que saludarla antes de partir.

A mis nietos Antonio, Elena y Tomasso les dejo todo lo que tengo, pero las tierras que eran de Nicola quiero que sea Antonio quien se las quede. Debes volver aquí, Antonio, porque de aquí es de dónde eres. Tendrás la tierra, la fuerza que vive cuando nosotros morimos.

Tú, Luciana, tendrás todo lo que necesitas, pero debes de tener un poco de valor. Los ladrones no tienen que entrar obligatoriamente por la ventana y esta también es tu casa.

Ustedes, Vincenzo y Estefania, no hay nada que puedan hacer para no querer a Antonio. La tierra nunca puede odiar al árbol.

Tomasso, escribe sobre nosotros, nuestra historia, nuestra tierra, nuestra familia, las cosas buenas que hemos hecho y, sobre todo, nuestras equivocaciones. Las cosas que no hemos conseguido porque eramos demasiado pequeños para la vida, que es muy grande.

La bala perdida se ha marchado. Así me llamaban pensando que no los oía, pero las balas perdidas sirven para traer el desorden, para tomar las cosas y ponerlas donde nadie las quiere, para destrozarlo todo, para cambiar los planes.

Nicola me enseñó la cosa más importante de todas: a sonreir cuando estás mal, cuando por dentro quieres morir. No estén tristes por mi cuando no oigan mi voz en casa. La vida nunca está en nuestras habitaciones. Morimos, después volvemos. Siempre es así.