Todos los días al acostarse, Raúl pedía a Dios, a las estrellas y a las fuerzas de la naturaleza que le concedieran el deseo de convertirse en aquel hombre que se había adueñado del corazón de Fernanda. Cada vez que los veía caminando de la mano, darse un beso o reir de algún comentario dicho en secreto sentía su sangre hervir y deseaba desesperadamente ocupar el lugar de Francisco.
Esa noche no fue diferente de las anteriores y tras meterse a la cama, cerró los ojos y repitió el ritual que por varios años llevaba practicando; se imaginó de frente a Fernanda a punto de darle un beso y dijo: Un día, unas horas, no pido más. Necesito experimentar el amor de esa mujer. Apenas pudo terminar de decir estas palabras antes de caer vencido por el sueño.
El despertador sonó a las 6 de la mañana. Con pasos torpes se dirigió al baño y se metió bajo el chorro de agua caliente de la regadera. Se colocó frente al espejo empañado y al limpiarlo no se reconoció. Pasaron algunos segundos antes de que la imagen captada por sus ojos fuera procesada por su cerebro y de pronto, como si una descarga eléctrica lo hubiera atravesado, se dió cuenta de que sus súplicas habían sido atendidas.
Su primer instinto fue tocarse la cara para familiarizarse con sus nuevas facciones, observarse las manos y, por último, dirigió la mirada a la entrepierna dando un suspiro de alivio al darse cuenta de que incluso había salido beneficiado con algunos centímetros extras de hombría.
Aún incrédulo, Raúl se enfundó en su mejor traje –por suerte Francisco y él eran de la misma talla aunque debía reconocer que a su nuevo cuerpo le quedaba mejor-. Salió a la carrera de su departamento, olvidándose incluso de tomar el café que la maquina le preparaba automáticamente cada mañana. En su camino a la oficina se detuvo a comprar un voluminoso ramo de rosas rojas, una caja de los chocolate favoritos de Fernanda y un ejemplar de su revista predilecta. Había muy pocas cosas que no sabía de ella.
Raúl llegó temprano a la oficina y decidió darle una sorpresa para Fernanda. Escabulléndose en su despacho, acomodó los regalos sobre su escritorio y se sentó a esperar que llegara. Minutos más tarde, identificó esos pasos que le aceleraban el pulso y dibujó en su rostro su sonrisa más seductora para darle la bienvenida. Al entrar, ella correspondió con la mirada que él tanto había añorado y cerró la puerta tras ella.
- ¿Celebramos algo en especial?- dijo mientras la sonrisa se le borraba del rostro.
- Un día más juntos- respondió Raúl, ahora en el cuerpo de Francisco.
- Cariño- se acercó Fernanda hasta poder recorrer con su mano la mejilla de su novio- no hace falta llevar esta farsa a tales extremos.
- ¿A tales extremos? ¿De qué me hablas? – dijo desconcertado
- Sin duda, de todos los hombres que conozco, eres el que mejor puede fingir, pero ya estoy cansada- dijo Fernanda con un suspiro.
- Pero… pero si somos la pareja perfecta- titubeó Raúl
- Eso es lo que piensan los demás pero ambos sabemos que no es así. Acepté tu propuesto por el cariño que te tengo pero hoy se acaba esto. Si necesitas una pantalla para cubrir tus amoríos con Armando búscate a otra. Yo necesito un hombre de verdad, un hombre como Raúl.
El torbellino de pensamientos que se apoderó de la mente de Raúl no le permitió saber lo que pasó a continuación. Cuando la conciencia regresó a él, se encontraba nuevamente en su cama, con los ojos cerrados y se escuchaba diciendo una y otra vez: “Nunca más desearé ser otra persona… Por favor, por favor, que todo vuelva a ser como era ayer”.