martes, 8 de diciembre de 2009

La tarde que olvidé cerrar la reja


Pocas veces nos damos cuenta de la manera inconsciente en que hacemos las cosas. Ayer, el actuar como autómata ejecutando acciones sin pensarlas tuvo una consecuencia muy triste que me ha hecho reflexionar acerca de la poca importancia que le damos a las cosas que hacemos a lo largo de nuestras vidas.


Los trabajos de remodelación en casa de mi hermana se han llevado más de dos meses. Durante el tiempo que los albañiles trabajan en la casa se metía a Corcho y a Bibi -los dos perros beagle que tenemos- a una transportadora que decora la cocina durante casi todo el día. En ella los ángelitos dormían casi todo el día, hasta que por la tarde, después de terminados los trabajos de construcción, se les liberaba de nuevo a explorar sus territorios.


Ayer, hice lo mismo que otros días. Abrí la puerta de la cocina y después, la de su pequeña habitación, dejándolos libres para que iniciaran sus correteos en el patio. Sin embargo, a diferencia de otros días, no me cercioré de que la reja que da a la calle estuviera cerrada.


Pasada más de una hora de ese episodio. Mi hermana entró a mi cuarto mientras me bañaba, para decirme que los perros se había escapado y que Corcho estaba muerto porque lo habían atropellado. Alguien vió cuando un coche lo golpeó en una avenida cercana y vino a darnos la mala noticia después de tomar la placa que llevaba en su collar.


Terminé de bañarme y vestirme tan rápido como pude y me uní a la iniciativa familiar: teníamos que encontrar a Bibi y el cadáver de Corchito si es que era cierto que lo habían atropellado. Pocos minutos después se unieron a nuestra búsqueda Ixchel, Vanessa y Memo - que habían venido para felicitar a mi hermana por su cumpleaños- y en tres vehículos intentamos cubrir toda la zona en búsqueda de la más pequeña del clan.


La suerte estuvo de nuestro lado pues, asustada y desorientada, Bibi se refugio en el patio de una casa cercana y, amablemente, los habitantes de ésta, estaban en la esquina del parque pendientes de toparse con alguien que hubiera perdido a su mascota. La señora le dijo a Ixchel, Ixchel me llamó al celular y unos minutos más tarde, nos dirigiamos con Bibi en brazos a casa de mi hermana.


Desafortunadamente, el otro miembro de nuestro clan no corrió con la misma suerte. Mientras consolabamos a Bibi en la puerta de la casa, mi cuñado le avisó a mi hermana que ya había encontrado el cadáver de Corcho a unas esquinas de la casa. Efetivamente, lo habían atropellado y lo perdimos.


Resulta muy duro acostumbrarse a la ausencia de un ser querido, aunque sea un animalito. Corcho era todo un personaje. Aficionado a las excavaciones en el patio, a ladrar por las noches, a cazar ratones y cucarachas, a entrar corriendo a la cocina cuando la puerta del patio se abría, a retozar con la recién llegada Bibi, a aullar cuando se le encerraba en la perrera. Me encantaba hacer que se parara en dos patas y que dando pequeños brinquitos se acercara a mi "cangureando" o tomarlo por las orejas y acercarlo a mi, haciéndo que su cara se arrugara como una pasa.


Anoche, los cuatro -incluida Bibi- nos fuimos a dormir con una sensación de vacío. Para colmo de males, hoy es cumpleaños de mi hermana y estoy seguro de que extraña mucho a su perrito. Yo también lo echo de menos y Bibi parece que no tiene muchas ganas de despertar. Supongo que estará evadiendo el hecho de que ya no hay nadie en la transportadora que al estirar las patas la empuje hacia el rincón.


Corchito: Pórtate bien en el cielo de los perros y espero que hayas aprendido que no es bueno escaparse de casa. Tuviste dos oportunidades para hacerlo y la tercera fue la vencida. Por mi parte, he entendido que no basta con limitarme a ejecutar acciones, sino que hay que pensar antes de llevarlas a cabo. Una dura manera de memorizar la lección.
Amigos: Muchas gracias por su ayuda. En los momentos de angustia siempre es reconfortante saber que se cuenta con personas como ustedes.

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