viernes, 10 de enero de 2014

El balance de tres años

He necesitado 1,095 días para retractarme y tragarme mis palabras: le gente sí cambia. O, tal vez, no debo generalizar y simplemente decir que yo he cambiado. Unas veces de un modo contemplativo y otras, a punta de madrazos, he ido descubriendo ciertas verdades que me han ayudado a quitarme cargas de encima. No asumo que son absolutas, pero me han permitido ver las cosas de un modo distinto. Tampoco digo que soy una persona radicalmente diferente, pues eso significaría que he perdido mi esencia y ese no es el caso; me esfuerzo por no dejarme dominar por mis defectos y por fortalecer mis cualidades –quienes me conocen pueden ponerles nombre. De cualquier modo, me he tomado un tiempo para hacer un recuento de las que me parecen son las principales lecciones de estos tres años.


La gente siempre nos sorprende, sobre todo aquella a la que creemos conocer mejor
Los que dijeron que siempre serían solteros, se han casado; las que juraban llegar vírgenes al matrimonio, se han embarazado; los que se juraron amor eterno, se han divorciado; y así puedo seguir con la lista. Eso solo me confirma que, en realidad, la mente humana es un universo insondable. Algunas ocasiones para bien y otras para mal, siempre nos sorprenderemos de las reacciones y decisiones de los demás. Sé que incluso yo he sorprendido a las personas que me rodean. Es por una parte maravilloso, pues siempre podemos descubrir algo nuevo en los demás, pero por otra es aterrador ya que superar las decepciones generadas por alguien que tenía nuestra entera confianza no es tan fácil. “Such is life”, diría mi exjefa.

La vida es una mierda
Esta idea ha pasado muchas veces por mi cabeza en estos tres años. Hay momentos en que las cosas se ven demasiado complicadas y muy probablemente así sea. El secreto está en saber que todo pasa y aunque me dan ganas de madrear a cada persona que me lo dice en esos momentos, es verdad. Además, esos episodios ponen a prueba nuestra capacidad de pedir ayuda o de ayudar a quien lo necesita; algunas relaciones se afianzan y otras se resquebrajan; bien dicen que el hierro se forja al fuego y si sabemos tomar al toro por los cuernos, saldremos fortalecidos con toda seguridad.

Aferrarnos y dejar ir
“Decide quien es imprescindible. Mientras más grande eres, más difícil es hacer amigos de verdad y más necesitas quien sepa quién eres sin que tengas que explicárselo”, es frase de una de mis películas favoritas, Efectos secundarios, y no podría estar más de acuerdo. Así como hay personas imprescindibles, también hay otras que solo nos roban energía y tiempo. A las primeras hay que cuidarlas con esmero y a las segundas sacarlas de nuestra vida. Más allá de una cuestión de conveniencia es una cuestión de salud mental y si dejamos ir a personas, con mucha mayor razón hay que dejar ir cosas. La vida es una constante alternancia de pérdidas y ganancias, de triunfos y fracasos, de alegrías y tristezas; sin las unas, no podríamos valorar las otras. Por suerte, he entendido que mi mayor riqueza está en las personas a las que quiero y que me corresponden; el dinero me da seguridad, pero esas personas, felicidad.

Ser honesto con uno mismo no significa ser un libro abierto
Últimamente, me he convencido de que si todos fuéramos honestos con nosotros mismos, el mundo sería un sitio con menos neuróticos. Enfrentarnos a nosotros mismo, a nuestros fantasmas, a nuestros traumas, es tan difícil que casi todos preferimos evadirnos. Error. Vernos tal cual somos, sin adornos ni poses, cuesta mucho, pero es una experiencia liberadora. Mirarme sin juicios, asumirme, quererme… la experiencia más aterradora que he vivido. Y una vez que logrado, uno tiene la libertad de compartirlo o no. La decisión de abrir la puerta a nuestro mundo interior es sólo nuestra y los invitados tienen que ser elegidos con sumo cuidado. Por último, sólo cuando nos hemos sido capaces de juzgarnos a nosotros mismos, podríamos intentar juzgar a los demás. ¿Algún valiente?

Todo tiene un precio
Los sueños cuestan y sólo quienes están dispuestos a pagar su precio, pueden hacerlos realidad. Todos los días me enfrento a la distancia, a la soledad, a la ausencia de las personas a las que más quiero. Es verdad, me estoy perdiendo de las cosas que ocurren en sus vidas, pero quedarme hubiera significado perderme de las cosas que quería que ocurrieran en la mía. Apenas ayer leí de nuevo una frase que me confirmó que hice lo correcto: “Si tus sueños no te dan miedo, entonces no son lo suficientemente grandes”.

Si algo no te gusta, cámbialo
Pocos tenemos huevos para tomar las riendas de nuestras vidas; es más fácil ser una eterna víctima de las circunstancias. La incertidumbre, el miedo, la comodidad y, en última instancia, la mediocridad suelen mantener a la gente en el lugar en que se encuentran y, muy probablemente, ahí seguirán. Las personas a las que más admiro son aquellas que han hecho de sus circunstancias su mayor fortaleza. “Libertad es la voluntad de ser responsables de nosotros mismos”, diría Nietzche.

Cada quien tiene el amor –y el lugar– que cree merecer
Por el simple hecho de existir, tenemos el derecho de exigir nuestro lugar en el mundo. Por momentos, lo he olvidado y no he sido más que una sombra. Tenemos voz y fuerza para defender nuestra dignidad con uñas y dientes. La gente nos tratará como le permitamos tratarnos y nos amará como le permitamos amarnos. Es sencillo. Tampoco se trata de ir siempre a la defensiva, pero sí de poner límites y de tener claro que es lo que podemos aceptar y lo que no. Cuesta reconectar con esa voz interior, pero, una vez que hayamos logrado escucharla de nuevo, no debemos dejar que nadie más la calle. Si nosotros no cuidamos de nosotros mismos, nadie lo hará.

A la única persona que debes hacer caso es a ti mismo
La gente siempre va a tener una razón para querernos o para rechazarnos, siempre va a tener una opinión de nosotros. Es muy jodido vivir para darle a gusto a los demás. Quienes nos aprecian podrán opinar pensando en lo que es mejor para nosotros, pero la última palabra es nuestra. Eso sí, no se vale chillar. Una de las condiciones de la vida adulta es hacernos responsables de nuestras decisiones y asumir las consecuencias.

No olvides de dónde vienes
Estés donde estés, hagas lo que hagas, llegues a donde llegues, no pretendas ser una persona distinta. Es muy triste ver a personas que se avergüenzan de sus raíces, de su gente, de su historia. La admiración de la gente no se gana con mentiras que, tarde o temprano, terminan saliendo a la luz.

¿Por qué la foto?
Desde que murió mi mamá, mis días de cumpleaños se han vuelto bastante tristes y melancólicos. En 2013 decidí reunir a los amigos que he hecho en esta ciudad. Estuvimos los que teníamos que estar y ahí, en un momento de la celebración, alguien me tomó esta foto. El cigarro sale sobrando, pero cada vez que la veo, me descubro feliz, pleno, libre… así es como quiero que sea mi vida.