El tema alrededor del cual giraría la sesión fue “Alerta Roja” y todas las prendas que se utilizaron fueron seleccionadas en virtud de la presencia en sus materiales de este intenso color. El clima nos favoreció como no lo había hecho en ninguno de los días anteriores. El sol brillaba intensamente desde las 9 de la mañana y la brisa nos revolvió el pelo a su gusto y antojo durante todo el día.
Desde la prime
ra toma, pude darme cuenta de cuál había sido la ruta elegida por la estilista y el fotógrafo: sol, mar, arena, rojo y mucha, pero mucha piel. Tras realizar las primeras pruebas y localizar el área de playa en la cual se dispararían las fotos nos pusimos manos a la obra. A lo largo de las horas siguientes mi labor se centró en tener siempre listo el albornoz para el modelo, en llevar la ropa utilizada y mojada a nuestro centro operativo, y en regresar con los nuevos cambios para las tomas.
Los breves lapsos de tranquilidad los aprovechaba para poner al sol la ropa mojada, para tomar nota de las prendas y marcas seleccionadas para cada toma, y para filmar por momentos lo que iba ocurriendo.
Los cambios y las tomas se fueron sucediendo tan espontáneamente que, llegada la hora de la comida, el equipo optó por ordenar varios platillos y tenerlos ahí para comerlos conforme fuéramos teniendo, sin tener necesidad de interrumpir el trabajo.
La última toma se realizó alrededor de las 5 de la tarde y para celebrarlo pedimos una ronda de tragos. Después de brindar, nos sumergimos en las aguas del Mar Caribe y por media hora disfrutamos, bromeamos y nadamos sin preocupación alguna. Al salir iniciamos el traslado del equipo y la ropa a bordo del triciclo que nos habían proporcionado desde la mañana. En él también se encontraban mi cámara y la de la estilista. El maquillador pedaleaba el triciclo con la estilista como pasajera cuando, de pronto, en un estallido de euforia el modelo comenzó a empujarlo, haciendo que perdiera el control y terminando los tres, junto con el triciclo dentro del mar. Ese fue el final de las cámaras y aunque me tarde un poco en reaccionar ante dicho acontecimiento, no pude evitar mostrar mi aflicción por la pérdida de la cámara que me había acompañado durante todo el último año.
Un poco ausente, vi como intentaban revivirla con la secadora de pelo, al mismo tiempo que iba recogiendo la ropa, empacándola y trasladándola a la camioneta. Tal fue mi estado de shock que la estilista me dijo que si la cámara no encendía al día siguiente por la mañana, me compraría otra en reposición.
Con todo el equipo empacado y cargado en la camioneta, nos dirigimos de regr
eso al hotel. Acordamos reunirnos una hora y media más tarde en el lobby para cenar juntos e irnos de “marcha” a algún lugar. A la hora acordada, nos reunimos en el bar del hotel y entre copas de Moët et Chandon, shots de Tequila y cervezas, comenzamos a ponerle el ambiente a nuestra última noche en Cancún. A este punto, ya se nos había unido Danny Beauchamp, que pasó todo el día relajándose en el hotel.
La cena fue en el restaurante asiático del hotel y cuando todos hubimos terminado, decidimos ir a bailar. El sitio elegido fue el “Azúcar” un bar con música tipo salsa, bachata y merengue. De ahí, algunos decidieron continuar la fiesta y otros, regresar al hotel. Yo me uní al segundo grupo, ya que la cara y la piel me ardían por la exposición prolongada al sol sin ningún tipo de protección. La cara se me había puesto del color de una zanahoria y los pies me ardían espantosamente.
Durante la despedida, acordamos reunirnos a las 9 de la mañana para desayunar juntos por última vez y tomamos nuestros respectivos taxis. Esa noche caí rendido y me abandoné entre mi deliciosa cama a los brazos de Morfeo.